Cada día que pasa la distancia se alarga. Estadísticas, tendencias, barómetros, datos varios y otros artilugios de contabilidad de cualquier dato demuestran que con el tiempo, y agudizado por esta crisis, la distancia entre los ricos y los pobres se hace cada vez mayor.
Algunas voces alertan de la desaparición de la denominada clase media, una clase media que durante un periodo de tiempo de unos treinta años ha parecido estar presente, entre los pocos ricos y los muchos pobres.
La actual situación presenta una serie de paralelismos con lo que los historiadores más sutiles definen como Edad Media o periodo medieval. Un periodo histórico que corresponde a la continuación cronológica de la caída del Imperio romano, siempre una crisis, y que termina con el Renacimiento florentino, la descubierta del nuevo Mundo de Colon y la invención del capitalismo financiero por parte de los genoveses.
Durante este lapsus de tiempo que transcurre entre el siglo V i el siglo XV, unos mil años aproximadamente, el continente europeo esta sumergido en una crisis estructural; los modelos mentales y ontologicos que habían sido promovidos por los griegos, continuados y potenciados por los romanos, entran en crisis. El Imperio invencible, el orden es destruido por el caos, por los bárbaros, según historiográficas véase invasiones barbáricas y/o migraciones germánicas.
La Edad Media conllevó al continente europeo a un periodo histórico caracterizado por sus propias lógicas, bien distintas a sus precedentes temporales. La dimensión geográfica del imperio se vio reducida a la independencia de sus provincias ocupadas por los distintos pueblos germánicos, la unidad cayó por su propio peso. La religión cristiana empezó a desarrollar su red de influencias sin la necesidad del imperio, su principio universalista proporcionaba una autonomía político-administrativa, que no se oficializó hasta el famoso “cuius regio, eius religio”.
En fin, que una estructura social, económica y política sucumbió a una realidad que obligaba a una imperativa transformación. Esta transformación presenta una serie de similitudes o de indicios que se presentan y manifiestan a día de hoy en todo el continente europeo, y especialmente en nuestro estado español.
La universalidad del Imperio romano de antaño se puede individualizar con la institución política de la Unión europea y más concretamente con el €uro, institución económica que agrupa al núcleo duro de la Unión europea. Parece pues, que lo que nos unía, lo que nos hacia más fuerte tambalea, y hace presagiar escenarios oscuros y llenos de liturgia, como sucedió a principios de la Edad Media.
La unidad política del imperio esta en entredicho, no solo por los brotes independentistas que algunos pueden observar en España con las reivindicaciones, legitimas, del País Vasco y Catalunya, sino que también se observan estos escenarios en Bélgica, Italia o la mismísima Francia, donde la autonomía regional va cogiendo fuerza y el efecto domino puede gastar alguna que otra broma.
La religión de nuestros días se llama Internet, y responde a muchos paralelos que se intuyen en los postulados de la religión cristiana, sin ir más lejos, comparten las dos instituciones el principio estructural de la universalidad de los mismas, el poder de Internet aumentará de manera exponencial con el paso del tiempo.
Que decir de la distancia entre ricos y pobres a día de hoy. No hay día en que las estadísticas nos describan escenarios y realidades donde el empobrecimiento de la sociedad se hace cada vez mayor, y la distancia entre las denominadas capas sociales crece y aumenta. Alertando de la desaparición de la clase media, tal y como sucedió en la Edad Media, donde los señores feudales poseían cada vez más propiedades, más derechos sobre tierras y personas, y donde la res publica romana, el interés común, desaparecía a marchas forzadas.
Asi pues, y si estos indicios fueran ciertos, se observa en el horizonte unas nubes negras, para algunos, y para otros no, de un periodo histórico, en el que la sobrevivencia y el éxito se basan en el particularismo y no en la universalidad, en el secretismo y no en la rapidez, en el poder y no la razón, una nueva Edad Media.